La música y los universos lejanos

Un ensayo de apenas 15 minutos entre cuatro personas aparentemente ajenas ejemplifica la capacidad de este arte para unir voluntades

Esta es una crónica de un ensayo musical de apenas 15 minutos. La crónica de un cuarto de hora, quizá menos, compartidos por una joven de 14 años, una señora de 62, un adulto invidente de 40 y un reputado director de orquesta de 44 años especializado en música antigua y moderadamente tatuado. En principio, mundos sideralmente alejados que ahí, en la sala de ensayo del Festival de Música Renacentista y Barroca de Vélez Blanco, se igualan para convertirse, en una simbiosis emocionante, en un grupo sin distancias y en un mundo con un único objetivo, a conseguir la mejor música posible. Durante esos 15 minutos, no existe nada fuera de allí, no hay otra cosa en la que pensar. Así es la música, un arte capaz de aunar mundos y universos aparentemente lejanos.

Aarón Zapico es un importante director e instrumentista y ejerce como profesor de canto coral en el festival. En el ensayo, no para de dar indicaciones a Miguel Alcantud, el adulto de 40 años, nacido en Cartagena, que está entusiasmado por su primera vez en el festival. Miguel tiene problemas de movilidad y es invidente. Eso no ha sido obstáculo ni para él ni para el festival.  La responsabilidad de Miguel es el piano. A metro y medio de ellos están  Candela Fajardo, almeriense de 14 años y violinista desde los 7, y Emma Martínez de León, de 62, procedente de Murcia y guitarrista de toda la vida que, en el último año, ha decidido aprender a tocar la viola.

“Empezamos de la nada, del pianísimo más absoluto”, le indica Zapico a Miguel. Y de esa nada, en cuestión de segundos llega el todo. Arranca la viola de Emma –“frótala, que suene como una radio antigua que estamos sintonizando”, le pide el director– a la que se unen inmediatamente el piano de Miguel y el violín de Candela. “Más histrionismo, que suene más eléctrico”, “que haya vaguedad, desorden”, “que tenga más colores”, “venga, vamos fuertes”. Esas son las instrucciones del director a su grupo de intérpretes que, para cualquiera ajeno a la música, parecen instrucciones imposibles. Pero no, esa nueva galaxia formada por los cuatro entiende perfectamente lo que se busca y todos se afanan en encontrar lo que le piden.

Esos 15 minutos de ensayo –de emoción para el espectador y de esfuerzo para los intérpretes– los describe Miguel como “unos momentos de amistad muy grande, de compañerismo y de disfrute con lo que más nos gusta”. Se refiere Alcantud a una amistad y compañerismo entre personas que se han conocido apenas unas horas antes. “Es un gusto aprender uno de otro, es algo espiritual, incluso. Es lo más grande que puede haber”, concluye Miguel.

Y eso de tocar en grupo debe tener algo mágico porque incluso los músicos lo anhelan. Es el caso de una de las componentes del universo temporal nacido esta mañana de julio en la sala de ensayo del festival de Vélez Blanco. Emma, con décadas tocando la guitarra, recuerda por qué se cambió a la viola hace unos meses dejando a un lado su guitarra de siempre: ”Estaba cansada de tocar sola”. Un paseo por las distintas salas de ensayo de la Academia de Música del festival –que ofrece cinco especialidades: canto, canto coral, orquesta barroca, viola da gamba y sacabuches– muestra que, efectivamente, no hay mejor compañía que un grupo de música. Candela, por su parte, vive la experiencia desde la juventud de sus 14 años. “He venido al curso a aprender más sobre el barroco y nadie como Aaron, un profesional de esto, como profesor”. Todos satisfechos y con ganas de repetir.

Gente diversa con intereses diversos pero que vienen en busca de un interés común: aprender música. Así es el Festival de Música Renacentista y Barroca de Vélez Blanco, una cita que tiene una característica que lo hace especial, explica Aaron Zapico. “Aquí, y eso lo engrandece, hay disparidad de orígenes musicales, incluso de niveles y de intereses, pero a la hora de presentarnos, cada uno tira del otro, el que sabe más del que tiene menos experiencia, el más experimentado de los que aún están descubriendo en qué consiste esto de la música antigua”. Son alumnos y alumnas muy estratificados y cosmopolitas, de procedencia diversa, continúa Zapico, “que hace de esta última semana de julio de cada año un momento mágico”.

Y, finalmente, concluyen los 15 minutos de ensayo. Un ensayo que se ha comido, por otro lado, parte del descanso del grupo, que ya tiene menos tiempo para el café. Cada planeta vuelve ahora a su galaxia. Así es la música. No importa de qué universo vengas, todo el mundo tiene un sitio en este espacio sensorial y artístico.

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